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Alberto Porlan Villaescusa – QUIZÁ NUESTROS NIETOS

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In 2000 more than a hundred poets from 43 European countries spent six weeks travelling across the continent – a working trip and reading tour through the whole of Europe. Now, twenty years on, thirteen of the poets who took part in the project have been invited to write an essayistic, poetic reworking of the myth of the “Rape of Europa”.

Quizá nuestros nietos sean europeos, pero nosotros sólo lo somos de nombre y, en el mejor de los casos, de voluntad. Si ellos llegan a serlo plenamente será cuando su lugar de nacimiento carezca de importancia y su idioma materno resulte anecdótico. Sere-mos europeos cuando el concepto de patria haya quedado obsoleto, las naciones vuel-van a ser territorios y las banderas mezclen sus colores. Seremos europeos cuando las diferencias entre nosotros residan solamente en nuestras personalidades individuales. Seremos europeos cuando hayamos asumido la historia de este continente convirtién-dola en un mandala clavado en la pared.
El camino hasta ese entonces no se recorre en una generación. Las patrias no van a disolverse de la noche a la mañana: todavía lo son todo para nosotros. Son el hogar, la religión, la familia, la comida, los recuerdos. Pensar en deshacernos de todo eso no sólo parece imposible sino también indeseable, aterrador. Y sin embargo, detrás de ese todo nos espera otro más grande, un enorme Todo de confianza y fraternidad en el que cada uno será mucho más que ahora, pero está oscurecido y cegado por el pe-queño todo de la pequeña patria. En realidad nunca hemos salido de esa caverna plató-nica que es la noción sentimental de patria y, al igual que los ocupantes de aquella cueva, podríamos matar (como se ha comprobado en cuanto ha habido oportunidad) a quien nos empujase fuera o se metiese dentro del patriótico recinto.
Para los europeístas radicales o eurófilos –entre los que orgullosamente me cuento– el ritmo al que perseguimos la unidad efectiva debería ser molto vivace, y la-mentablemente sólo es moderato. Es tan moderato que aburre y se pone en peligro a sí mismo. Tenemos que dejar de darnos bastonazos en las piernas y empezar a pensar en fabricarnos unos buenos patines. Yo empecé escribiendo ciencia-ficción, así que me gustaría repasar unos pocos asuntos que habrá que ir resolviendo entre todos de un mo-do u otro para que mi nieto pueda llegar considerarse un europeo completo.
Antes que nada, luchemos por sobrevivir. Es imprescindible redoblar los es-fuerzos para limpiar la inmundicia que hemos acumulado irresponsablemente envene-nando el planeta desde aquella revolución industrial que promovimos. Plantemos árbo-les por cientos de millones y persigamos la ilusionante fusión nuclear, pero mientras tanto acabemos de una vez con el motor de explosión, multipliquemos la inversión en renovables y construyamos una red europea de producción y distribución en la que los distintos recursos limpios (viento, sol, mareas, embalses y geotérmica) se alternen en obtener energía limpia y barata para todos.
Y no nos quedemos ahí. Reconozcamos que buena parte de lo que llamamos tercer mundo no es otra cosa sino la continuación residual de los imperios coloniales europeos, países que fueron esquilmados a fondo por nuestros antepasados y que, en justicia, merecen que ahora trabajemos eficazmente a su lado para contribuir a su desa-rrollo sin buscar ya nuestro beneficio. Y en cuanto a la inmigración, dejemos de pensar en nosotros y pensemos en ellos por un momento: comprendamos que quienes escapan de su país para buscar una vida mejor en Europa son los jóvenes, los fuertes, los acti-vos, los emprendedores. O sea, aquellos mismos que podrían levantarlo si tuvieran ayuda. De manera que una colaboración más amplia y generosa supondría no solamen-te un acto de justicia y una pequeña reparación de nuestros antiguos abusos, sino tam-bién evitarles la sangría que significa la pérdida de sus elementos más activos y los problemas que provoca en nuestro continente una emigración masiva y descontrolada.
Interiormente, profundicemos sin miedo en la democracia y superemos la etapa representativa. Nuestra idea original griega (la fragmentación del poder y su reparto entre los ciudadanos) era tan audaz como liberadora y funcionaba razonablemente bien en las sociedades de tamaño medio, donde resultaba posible escoger al que –conociéndolo personalmente o conociendo a alguien que lo conocía– parecía ser el mejor y más capaz para liderar el grupo. Pero aquella idea original no estaba pensada para la masiva sociedad del espectáculo en la que vivimos, donde impera la propagan-da pagada y todo está dirigido a seducir al votante, de manera que quien llena las urnas nunca es el mejor de los posibles sino el mejor seductor de los posibles, el mejor de los peores. Empujada por el incesante goteo de la publicidad comercial y el marketing, la propaganda se ha convertido en la verdad, y la verdad se ha disipado como una estrella fugaz en la noche. ¿Qué punto de partida exigen los sistemas democráticos a los ciuda-danos apara ocupar el liderazgo? En la mayoría de los casos, el sometimiento a unas estructuras jerárquicas de partido. ¿Y si el liderazgo se convirtiera en una comunica-ción múltiple, en una sucesión de ideas que pasaran a discutirse y calificarse entre los ciudadanos antes de votarse? ¿Para qué un ministro de lo que sea cuando podríamos tener a las veinte mil personas más capacitadas y conocedoras de lo que sea discutien-do permanente y abiertamente sobre cada asunto antes de llegar a conclusiones y so-meterlas a la aprobación de los demás? ¿Parlamentos de 500 escaños? ¿Por qué no de 25.000, de 250.000? Hoy disponemos de una capacidad de comunicación desorbitada respecto a épocas anteriores, pero nos gobernamos usando los mismos mecanismos de entonces. Aprovechemos íntegramente esa capacidad, afinándola, depurándola y refor-zándola. Hagamos nuestro sistema político más fiable, útil y discriminado de lo que es ahora y pasemos de la representatividad a la personalización, a la relación personaliza-da.
Para relacionarnos necesitamos un idioma común, y no debe ser el inglés, que actualmente es una lengua extranjera puesto que los irlandeses tienen su gaélico origi-nal. Los británicos se han marchado sin que nadie los echara, pero el inglés se ha que-dado. Puede servirnos de apoyo temporal para la comunicación externa, pero el proce-so de unificación requerirá a la larga un idioma común sintético que se enseñe en las escuelas como segunda lengua familiar. Resultará excitante, aleccionador y hermoso trabajar juntos en ese gran proyecto lingüístico, en ese lenguaje construido ad hoc. Sa-bemos hace tiempo que nuestros idiomas –excepto el vasco, el húngaro y el finés– son ramas de un tronco idiomático común arcaico, el indoeuropeo, del que todas ellas pro-ceden, desde el gaélico al gallego y desde el letón al latín.
Desde luego existen varias lenguas sintéticas, algunas con pretensiones univer-sales como el esperanto, pero ninguna ha sido planteada con un propósito específico paneuropeo, considerando como punto de partida las distintas familias idiomáticas continentales y sus correspondientes procesos evolutivos, de manera que la aventura de crear nuestra propia lengua, común, sencilla y racional, nos está esperando.
Perdamos el miedo a la Inteligencia Artificial y pongámosla a nuestro servicio. Construyamos un sistema complejo, controlado por el pueblo y a su disposición, cuya ley directriz y constitutiva sea la humanización y matización personalizadora de todas las demás leyes y el progreso y desarrollo del individuo. Esta deseable Inteligencia Artificial Humanizadora acompañaría a los ciudadanos en todas sus actividades como consejera, defensora y agente, con un sistema jurídico autónomo y específico para su control, un sistema que incluso debería preexistirla.
Ayudados de la IAH tal vez pudiéramos poner en marcha una nueva ciencia que estamos necesitando urgentemente, la discriminatoria, construida a partir de criterios humanísticos y de elementos humanizadores. Una ciencia que nos reconozca sin cata-logarnos, que nos sugiera y jamás nos obligue, que nos aconseje sin ordenarnos. Una ciencia que, apoyada en los fundamentos de la libertad humana, nos ayude a preservar nuestras identidades y a relacionarnos más profundamente, que ablande la comunica-ción entre nosotros. Una ciencia para nuestro desarrollo integral como personas.
El propósito y la finalidad de la futura discriminatoria debería ser el reconoci-miento de la individualidad humana y su promoción incesante, la consideración y el trato a cada uno de acuerdo a sus singularidades y circunstancias. No debe ser una he-rramienta terminada, rígida y ordenancista como el código civil, sino un corpus flexi-ble y en constante perfeccionamiento, un sistema capaz de comprender y ayudar a los seres humanos en el medio en el que vivan. Si logramos cambiar de una vez por todas y distanciarnos de lo que fuimos, que sea en dirección humanista y en sentido progresi-vo.
De aquella extraordinaria aventura llamada Literaturexpress en la que tanto aprendí, recuerdo una conversación con el novelista ruso Alexéi Varlámov acerca de los límites de Europa. Yo me preguntaba por qué nunca se había planteado la incorpo-ración de Rusia y sí, en cambio, la de Turquía. Decía yo que mientras podía hablar emocionadamente de Dostoyevski, Tchaikovsky o Mendeleiev y considerarlos tan eu-ropeos como Dante, no conocía a ningún novelista, músico o científico turco equiva-lente. Y añadí que el ruso es una lengua indoeuropea y no así el turco. Varlámov me dio una respuesta: es que somos demasiado grandes para entrar en vuestra Europa. A lo que respondí: el imperio sí, pero el reino no.
Sigo pensando lo mismo que entonces.

You can find the German translation here.