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Interview with Olvido García Valdés

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Language Archipelago II: Lust for Languages and Language War in Spain

Cecilia Dreymüller: ¿Crees que entre los y las poetas del estado español existe una conciencia de la diversidad lingüística? Y ¿dirías que la diversidad lingüística de España afecta tu escritura? 

Olvido García Valdés: En general, creo que hay conciencia de esa diversidad. A mí me afecta, no propiamente en la escritura, pero sí como un enriquecimiento personal y cultural, una suerte que otros países no tienen o que, en otros casos, no han sabido preservar y potenciar. Si la poesía en cualquier lengua es necesariamente múltiple, la confluencia de varias lenguas en un mismo territorio hace que el patrimonio común sea enormemente variado y fértil.

Cecilia Dreymüller: Si eres autora bilingüe, ¿qué ha cambiado en tu práctica literaria en los últimos 20 años? Si no eres bilingüe, ¿ha cambiado tu percepción de las otras lenguas del estado español en los últimos 20 años? ¿Notas más enriquecimiento o exclusión? 

Olvido García Valdés: Aunque nací en Asturias, he escrito siempre en castellano. Desde muy joven he vivido fuera (en distintos momentos en Cataluña, por ejemplo); como filóloga me interesan las lenguas y quizá la percepción que ha podido cambiar más en mí ha sido precisamente la que se refiere al asturiano. A finales de los años 70, cuando comenzó el movimiento a favor de la oficialidad del asturiano o bable (que aún hoy no es lengua oficial), me parecía algo artificioso y “urbano”, poco arraigado en el medio rural que verdaderamente hablaba bable y que era el que había conocido en mi infancia (yo procedo de una aldea, Santianes de Pravia, al occidente de la región). Como ocurre en muchos idiomas, esta era una lengua muy fragmentada, casi cada pueblo tenía su propio bable. De modo que sentía lo que hoy conocemos como asturiano o bable o asturleonés estándar y normativo, como algo “postizo”, falso. Pero seguramente no tenía razón y esta manera de percibirlo fue cambiando en mí poco a poco; las lenguas son realidades socioculturales que mueren si mueren sus hablantes, y pueden renacer si hay voluntad política para ello. El asturiano cuenta hoy además con una rica literatura, especialmente en poesía, de la que carecía y que a mi juicio le da gran solidez. 

Cecilia Dreymüller: ¿Sigues publicaciones (de poesía) en otras lenguas del Estado español? ¿Consideras que las traducciones en España favorecen en justa correspondencia al intercambio entre las lenguas del Estado español? 

Olvido García Valdés: Leo en gallego, asturiano, catalán o valenciano. Lamentablemente no puedo hacerlo en euskera. Esa es la riqueza cultural, el maravilloso patrimonio que compartimos, al que me refería en la primera cuestión. Respecto a la relación e intercambio, creo que debería potenciarse mucho más el conocimiento mutuo, con traducciones, desde luego, pero también con la naturalidad de la aproximación y el diálogo, y, sobre todo, con la atención a esa extraordinaria diversidad en los planes educativos, favoreciendo el gusto colectivo por nuestras lenguas y su valoración.

Cecilia Dreymüller: ¿Escribir en tu lengua materna es para ti un acto político? ¿En qué sentido? 

Olvido García Valdés: Pero escribir poesía, en cualquier lengua, ¿no es siempre un acto político? No porque los asuntos que se traten sean políticos -a menudo no lo son-, ni por la posición ideológica de quien escribe, sino por el tipo de relación que se mantiene con la lengua, que no se parece a la de otros géneros. La lengua de la poesía “trabaja a la contra”, contra la “cultura”, desde luego, y, apurándolo un poco, contra la lengua misma, contra lo previsible o esperable que lo ya hecho en esa lengua trae consigo. Se ha dicho que la poesía es crítica de la vida y de la lengua al mismo tiempo. Y esa raíz crítica es, me parece, la propia raíz de lo político. 

Es raro, pero hasta hace no muchos años no fui consciente de que mi relación con la lengua era de profunda inseguridad. Ante la natural fluidez y destreza comunicativa que caracterizan la persuasión y la elocuencia -esa lengua sonora que se oye a sí misma-, cuando a mí me toca hablar, siempre he querido meterme debajo de una mesa, desaparecer. De dónde pudiera venir esta inseguridad, a veces enfermiza, no lo sé. Tal vez de mi cualidad de mala estudiante en la adolescencia -aquellas abstrusas clases de gramática de mis once, doce años-; y, sin embargo, la sintaxis ha sido una de mis pasiones de adulta y la enseñanza de la gramática uno de los pilares de mi vida profesional como profesora.

Olvido García Valdés (c) Inés Marfull

Pero quizá la inseguridad viniera de antes, de mi niñez en Santianes de Pravia, donde se hablaba una de las infinitas variedades del asturiano; una lengua que, como otras peninsulares de aquellos años 50 y 60 -el gallego, por ejemplo-, se percibía a sí misma con cierto complejo de inferioridad: hablar bable era ‘hablar mal’; y el castellano, por tanto, ese dechado lingüístico, era, para mi miseria, algo que parecía inalcanzable. Y acaso a lo largo de la vida perseguimos eso inalcanzable -lengua, hermosura, amor, bondad-, lo que por definición parecería no pertenecernos. Y desde ahí escribimos poesía, tanteamos ese lugar movedizo e inestable que es un modo de pensar y hablar con nosotros mismos. Absoluta fe, pues, y gran desconfianza. Alguien dijo que la poesía es el don más extraño, un arte anormal, que consiste en trabajar contra el instrumento de trabajo, la palabra. Y así es: la de la poesía es una lengua en contacto con las materias, por la que pasa la percepción, sensaciones y emociones, lo concreto -así era aquella lengua familiar que hablaba de niña y que probablemente actúa aún en mi forma de entender la escritura-. Quien escribe ha de andarse con cuidado, mirar de reojo, defenderse de la gran lengua -esa lengua que ‘habla bien’- para que no venga a engullirnos.